Rugendas on the road: “Un episodio en la vida del pintor viajero” de Aira
Escrito a partir del libro “Un episodio en la vida del pintor viajero” de Cesar Aira publicado en revista Carcaj. www.carcaj.cl
Muchos
conocerán o habrán oído hablar de Rugendas, Mauricio Rugendas, el pintor. Hay algunas
calles de Santiago que llevan su nombre, reproducciones pictóricas en el
inconciente colectivo de las personas o en los calendarios de las ferias,
pequeñas y puntuales presencias en los museos y un poco de historia que aparece
por ahí. Historia básica pero amplia en cuanto a todo el acontecer que llevó a
este pintor viajero a venir a Sudamérica y vivir por 8 años en Chile, entre
otros lugares, en donde dejó variados y valiosos testimonios del acontecer
nacional en ese entonces (entonces de Humboldt, entonces de Claudio Gay,
entonces de Andrés Bello) que formaban parte de la paleta de posibilidades que
intentó en este continente. Su misión era retratar el acontecer de la flora,
fauna y esencia social y cotidiana de lo más representativo de lo autóctono,
sin muchas intervenciones de datos, de preferencia, para explorarlo, dibujarlo
y pintarlo.
John
Moritz Rugendas, nacido en Augsburgo, Alemania, el año 1802, hijo, nieto y
bisnieto de pintores viajeros, estaba en este lado del mundo siguiendo la
tradición de su vida sin miramientos, sin observar hacia atrás por un espejo
que se asoma. Su misión y objetivo era ejercido de manera profesional e
intelectual, siguiendo una ruta latinoamericana que lo llevaría a estar de paso
en la parte occidental de Argentina, situado en Mendoza y San Luis. Es en este
cruce en el que Rugendas, viajando con su amigo pintor Krause y algunos
baqueanos, encontraría una historia más grande que las otras historias. Una
historia que le cambiaría la vida. Y esta historia, real en su acontecimiento,
ficticia en los detalles más geniales de la aventura, es la que el autor
argentino Cesar Aira despliega con soltura y maestría en “Un episodio en la
vida del pintor viajero” (LOM, 2002). Aira, como un cronista de un cronista, va
interiorizándonos de los más variados aspectos de la historia de Rugendas y de
todo lo que implicaría “lo previo” a los sucesos de San Luis.
Es
en este momento en que la sucesión de intensidades en el entramaje de la nouvelle va desarrollando un cabalgar
entre todo lo que acontece, que es, a su vez, el cabalgar constante por la montaña,
siendo el detalle del entorno y sus emociones, parte importante de los momentos
más álgidos que determinan el proceso central de la historia. En este caso,
hablamos del momento “expresionista” en que Rugendas sufre un accidente en las
montañas.
Lo
que viene después de este terrible episodio es una historia de recuperación y
cicatrices que junto a los nuevos desafíos y de una nefasta idea de mejor
salud, llevarán a Rugendas a seguir recorriendo lugares hasta adentrarse en lo
más profundo de paisajes y situaciones insospechadas. Rugendas se vuelve loco,
pero loco de alucinaciones y de dolores eternos como resabios del accidente. Momento
fatal, pues el accidente que sufre y se describe en la historia es el alcance
de un rayo en una tormenta, que lo atrapa de electricidad sobre el caballo que
montaba y lo hace caer. Es ahí donde su rostro se ve perjudicado, junto a su
salud completa, pues sus cicatrices faciales formaban un aspecto monstruoso y
desfigurado luego de haber estado con atención médica. Pero esto era lo de
menos, su rostro era algo que cargaba en su cotidiano cabalgar, igual que sus
implementos de dibujo y sus pinturas y que se olvidaban en la noche a la luz de
la luna, cuando el descanso se acercaba a partir de un poco de morfina: ¿Era la luna la que iluminaba la cara, o la
cara la que iluminaba a la luna?
La
lucidez, sin embargo, prevalece en todo momento en sus dibujos y sus pinturas.
No deja de pintar mientras ocurre todo este episodio en su vida. Y su osadía,
que iba in crescendo, lo hacía tomar decisiones arriesgadas y casi suicidas: Al fin de cuentas, ¿qué podía pasarle? Que
lo mataran, nada más. Y eso era un detalle sin importancia. De hecho, cuando
sus corresponsales vieran los cuadros resultantes, es decir, cuando su
producción llegara a las galerías o museos europeos, con toda seguridad él ya
habría muerto. El artista, en tanto artista, siempre podía estar muerto.
Cesar
Aira logra transmitir en geniales acuarelas este episodio en la vida de
Mauricio Rugendas, entregándonos la pintura de todos los momentos que
sacudieron al pintor alemán en San Luis y acercándonos, al mismo tiempo, a un artista
connotado y de importancia histórica, que supo ejecutar de forma excepcional su
oficio en estas tierras y que de alguna u otra forma pasa a ser “nuestro pintor”,
el que nosotros conocemos y con el cual estamos viviendo lo que pasa en este
viaje, uniéndonos a la aventura y cabalgando junto al estero, cuando nos
adentramos en ese valle desconocido, que nos anuncia la oleosa cara de la
realidad.
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