"Estética de la lluvia" por Elvira Hernández
Presentación del libro "Estética de la lluvia" (La Calabaza del Diablo, 2012) de Raúl Hernández por Elvira Hernández (Julio, 2012).
Este
libro (que se está presentando) busca también su rincón; lo busca entre todo
aquello que se escribe en poesía hoy y que presenta una variedad ampliamente
desplegada. No en vano la posmodernidad es una señora gorda, escribió en un
poema, hace 25 años atrás, Susana Villalba. En estas sobreabundancias que nos
enmarcan no hay ya restricciones ni hegemonías en lo que pudiera tocarse
poéticamente; al contrario, la proliferación de opciones que tiene quien
escribe para sumergirse es tanto un abismo como un cajón de sastre, pero sea lo
que sea lo que está marcando estos poemas y que los vendedores de época
quisieran etiquetar de mercancía, no es posible pasar por alto que es un tiempo
omniabarcador el que tiró sus redes y que ahora cree poder cosechar.
Inserto
en este panorama, Raúl Hernández no intentó bucear por ese lado. Cualesquiera
que hayan sido sus experiencias con la teoría globalizada, me parece que ha ido
en otra dirección que no fue la cantada posmoderna sino la que él amalgamó. Lo
digo por el destilado de melancolía con que impregna sus páginas, rumbo que no
le habrá sido fácil de seguir, aun cuando este haya sido el mismo perseguido;
pues, estas direcciones genuina son las más elusivas, sobre todo si permiten a
los poetas emitir sus más seguras - e inseguras por lo propias – señales. No
obstante, son las únicas que se pueden considerar legítimas.
Raúl
Hernández ha tomado, entonces, el riesgo de volver sobre sus pasos pero no por
involución sino por avance. Es un trayecto en el que se reconoce, se fortalece,
se corrige y en el que ya habrá visto su camino de perfección. Ahí también lo
reconocemos nosotros, emergiendo del legado que le entrega la poesía chilena,
aquella más apegada al suelo. Las voces de Teillier, Rolando Cárdenas, Omar
Lara, Efraín Barquero y Gonzalo Millán me parece que lo han rozado con el
desarraigo humano y la destrucción de los espacios, que Raúl recoge en un
pedazo de ciudad, donde las vidas pasan y caen como cae en silencio la llovizna.
Estética
de la lluvia, su libro, abre su espacio en ese pedazo de ciudad que llamamos
barrio, que a penas sobrevive y que es opuesto a la urbe que con su maquinaria,
sus torres y mecanismos llamados “inteligentes” lo bordean e interprenden. El
barrio, aquel al que se refiere, es todavía un lugar apegado a la tierra, al
barro, a la esquina, al bandejón, al pie; a una traslación afín a la extremidad
humana, al trashumar de los cuerpos y sus objetos empapados de vida, lluvia y
alcohol, tal es la dureza de aquello que hospeda. El mapa de sus calles se
extienden en los poemas, las cascarillas de sus nombres revelan por un momento
lo que son: la orfandad en Huérfanos, por ejemplo, o un paraguas degradado a
escoba barrendera para una vía – Almirante Barroso - que ha perdido su
almirantazgo, o bien, la confesión de una subjetividad remecida: “soy una
espera frágil”, en el poema titulado Libertad.
Me
detengo por último para acentuar la expresión “estética de la lluvia” – prisma
para el que lee, pincelada para el que escribe – pues me parece que es algo más
que un buen título. Creo que es expresión clave y señuelo de estos poemas que
nos permiten identificar marcas, énfasis, apropiaciones y localizaciones
subrayadas con las imágenes de esa agua que viene de arriba y que cubre con su
pátina líquida, lo de abajo, ese paisaje siempre en tránsito, cambiante
pasajero. Porque como dice Joubert “los lugares mueren como los hombres aunque
parezca que subsisten”. Algo de eso, si no su piedra angular son estos poemas,
memoria de un momento.
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