A partir del libro "Bracea" de Malú Urriola
Escrito a partir del libro "Bracea" de Malú Urriola (LOM, 2007), publicado en la revista electrónica Carcaj. www.carcaj.cl
La muerte es un secreto y ya no es menester de algún sufrimiento. Conocer un amor de tres piernas, llevar una vida pegada a otra vida, tener dos madres y vivir una niñez de perros atropellados por trenes y tibios rasguños de alambre de púa, sólo es parte de una vida sin inercia, asimétrica, casual.
La escritura de un diario de niñas siamesas y vivir de una vez por todas estos fríos momentos de desesperanza, con la ternura de quien ve animales en las extrañas formas de las nubes. Las miradas se acercan poco a poco y la escritura se transforma en un nuevo gesto, nuevas moralejas, disímiles mensajes que nos indican la dirección del viento, de la tarde, de la ciudad. Una vida fragmentada:
Y dando alcance a un mundo que quizás parezca irreal, es cuando el espejo de la realidad nos carcome el seño y encandila brillantemente, como una mirada de reojo, tras el hombro, que evita esta inevitable escalera rota, como una nota musical que desafina o cree desafinar. Las miradas de las voces de las niñas, las carreras de Tres Piernas a la par con el ferrocarril que extirpa, el mar que finalmente enarbola una hermandad que motiva frenar y observar hacia atrás, hacia leves remembranzas que fueron parte de la mímica cotidiana. Esta historia pictórica, esta dulce levedad.
Entonces, esta obra que resguarda una historia gigante que avanza y se desangra de a poco, se transforma en un nadar de espaldas mirando el cielo, con esa paz del final inevitablemente, con el asumir, en el destello de la desaparición:
Imagen: Navaja
El exceso de carencia es de buena
forma sobrellevado, sólidamente trabajado en el libro “Bracea” de la poeta
chilena Malú Urriola (LOM, 2007). Las fracciones ligadas al traslado fatal
hacia un mundo de monstruosas situaciones son aquí el gesto deforme de una obra
transmutada. Los instantes se quedan como escenas de película rara, abriendo un
zig zageo que adecuadamente se traslada hacia efímeras escenas de felicidad. La
hermandad obligada y la inevitable privación de normalidad, cuaja de gran forma
y se posa en imágenes inclinadas hacia oscuras fotografías:
Mi
hermana y yo siempre estuvimos unidas.
Era
lógico para mi estar a su lado.
Una era
parte de la otra.
Jamás
pensamos en separarnos hasta que mi hermana me dijo que le había escuchado a
nuestro padre, entre sollozos, decir que éramos un monstruo.
Entonces
lo pensé.
La muerte es un secreto y ya no es menester de algún sufrimiento. Conocer un amor de tres piernas, llevar una vida pegada a otra vida, tener dos madres y vivir una niñez de perros atropellados por trenes y tibios rasguños de alambre de púa, sólo es parte de una vida sin inercia, asimétrica, casual.
La escritura de un diario de niñas siamesas y vivir de una vez por todas estos fríos momentos de desesperanza, con la ternura de quien ve animales en las extrañas formas de las nubes. Las miradas se acercan poco a poco y la escritura se transforma en un nuevo gesto, nuevas moralejas, disímiles mensajes que nos indican la dirección del viento, de la tarde, de la ciudad. Una vida fragmentada:
Cada vez
que alguien sueña, nace una oruga.
Cuando el
sueño se realiza, la oruga renace convertida mariposa.
Y
dependiendo del color, hablará sobre el sueño concedido
/
para luego morir.
Son la
constatación bella y fugaz de un sueño, dijo mi madre.
Es como
el fulgor. Por eso refulgen las palabras que nadie mira,
/
contestó mi otra madre.
Y dando alcance a un mundo que quizás parezca irreal, es cuando el espejo de la realidad nos carcome el seño y encandila brillantemente, como una mirada de reojo, tras el hombro, que evita esta inevitable escalera rota, como una nota musical que desafina o cree desafinar. Las miradas de las voces de las niñas, las carreras de Tres Piernas a la par con el ferrocarril que extirpa, el mar que finalmente enarbola una hermandad que motiva frenar y observar hacia atrás, hacia leves remembranzas que fueron parte de la mímica cotidiana. Esta historia pictórica, esta dulce levedad.
Entonces, esta obra que resguarda una historia gigante que avanza y se desangra de a poco, se transforma en un nadar de espaldas mirando el cielo, con esa paz del final inevitablemente, con el asumir, en el destello de la desaparición:
Cuando le
digo al viento que deje de soplar, el viento deja de soplar y el mar se
aquieta. Entonces nos quedamos flotando a la deriva. Imaginando que somos la
cabeza bicéfala del mar, cuyo cuerpo de agua infinita rebosa lejos de nuestros
ojos.
Nada
–dice mi hermana.
Y nado.
Malú Urriola exhibe en Bracea un gran trabajo
escritural que no comulga con el poema que se ahoga en sí mismo. Es esta obra
un laborioso libro de poesía que, como las pinturas de Balthus, entregan lo
cotidiano en extrañas imágenes de transfiguración. El dolor, la pena y lo
monstruoso, en su más pleno sentir, es parte simbólica de ese lugar sombrío en
donde van a parar nuestros más ocultos temores.
Es así como el lector sabrá vivir la
experiencia de esta vida oculta a la vista de todo transeúnte, que se
desarrolla a la par con la historia frágil del abandono. Ser parte de un
instinto esencial y puro, como el desarrollo de una emoción continua que
prevalece. Una emoción que bracea, en todos los momentos de la huida.
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