NO FICCIÓN

Hace algunos días un terremoto feroz azotó a nuestro país y nos hemos enfrentado al miedo, la tristeza y el caos. Palabras difíciles de hacerlas propias, pero que llegan de sopetón, tal cual el cruento sismo. En la zona centro sur de Chile se han destruido hogares y ciudades costeras con el maremoto tardíamente avisado. Han muerto más de 700 personas y la televisión muestra el lado más morboso de la desesperación; los saqueos a los supermercados y las tiendas.

Qué se puede decir, somos tan insignificantes ante esto, ningún pueblo está preparado para estas desgracias. Aunque por cierto, no hemos tenido una educación propia, como país sísmico, que nos haga estar completamente preparados ante esto. No contamos con protocolos ni políticas amplias al respecto, difundidas y explicadas a la comunidad. Nos encontramos ante un caos social, que además retrata a un gobierno saliente con otro entrante que se miran con resquemor y nerviosismo. Las acciones tardías solo reflejan lo mal organizado que estamos ante estas circunstancias. Por otro lado, la prensa no se cansa de mostrar los saqueos, no solo de alimentos, sino que de todo lo que se encuentre al paso. Y es que la necesidad básica hace tiempo que dejó de ser solo un pan y una caja de leche. Es sabido que nuestra sociedad vive del consumo inculcado desde la niñez, que lo que uno tiene no es suficiente. Eso es lo que se han encargado de difundir los grandes supermercados y tiendas, que ahora ven con sus propios ojos lo eficaz de sus estrategias de marketing en el pueblo. Todo esto es el resultado de nuestra voraz sociedad actual. La desigualdad es ahora un grito al viento.

Entonces tenemos que ante toda esta catástrofe, nos vemos desnudos y salen a flote nuestras imperfecciones como país, al igual que muchos que salimos en pijamas o ropa interior a las calles luego del sismo. Estamos ante la verdad de las cosas, nuestro país debiera preocuparse, a partir de ahora que comienza la construcción, de inculcar una educación al respecto, de manejar políticas constitucionales eficaces, de proveer ayuda constante y dejarse de medir el PIB anual como si fuera una regla de jardín infantil en donde se mide cuanto crece el niño para mirar al lado y jactarse. Un país estable es un país con salud, previsión, educación y vivienda digna, eso no es ninguna novedad. Y si es así, debiéramos ir hacia ello. La vida, las personas, son más importantes que cualquier antojo del gobierno de turno. Ahora es preciso la unidad entre un país dividido por las pasadas elecciones, es preciso actuar hacia un norte común, reconstruir no solo caletas, islas y ciudades, sino que un mismo corazón, un corazón que no sirve cuando es chauvinistamente nacionalizado, en pos de pleitos y banderas. Un corazón, un pueblo que luche por lo mismo, que ponga el hombro para que todos los ciudadanos pasen la pared.

Ningún pueblo está preparado para una desgracia como esta, es por eso que se hace necesario que de una vez por todas, los gobiernos de nuestro país (el que viene, el que viene después, etc.) dejen de enriquecer a los más ricos y dejar desvalidos a los más pobres. Ese dinero que acaudala el ejército y que proviene del cobre debe ser asignado a las carencias sociales. Es imperante hacer algo, movilizarse, opinar y debatir al respecto. El objetivo no es buscar enemigos y comenzar a pelear entre todos, sino que tirar una misma cuerda que cierre el cause del desborde.