COMO UN PUÑAL NO SIRVE DE NADA PARA MATAR PENSAMIENTOS


Voy caminando a comprar provisiones y en la esquina veo a una señora maltrecha, tomando su nariz con la mano, balbuceando: “me duele, me duele” y a unos chicos socorrerla. Pensé claramente en que había sido golpeada, quién sabe por quién. El exceso de descuido, de trashumancia, de desvelo inoportuno, ha sido clavado por estas personas de la calle. En situación de calle, le dicen. Un eufemismo, como cuando le llaman a los baches del pavimento: “evento”. Un evento desastroso, una situación de calle malformada. La vida sucediendo en edificios incendiados, tiznados de tanto permanecer en las aceras, en el polvo que se adhiere a la piel. Los ojos humedecidos, arrugas que son una cubierta de otras pieles que guardan historias del trasnoche y el padecer. Del dolor y de la risa con disfonía de aguardiente.

Es en estos estados inconexos, cuando se desborda un río en mi cabeza y nace la búsqueda de las cosas perdidas. Pensamientos oscuros, como la mano de un mecánico, dignos de sólo ennegrecer.
Pero todo arreglar será en vano, como un puñal no sirve de nada para matar pensamientos.

Tanto pensar y a la vuelta un grupo de personas bordeando a la señora que se quejaba, ya en el suelo, semi inconsciente. Señoras que dicen algo y exclaman (sus ojos son un signo de exclamación). Una fría tarde, desde lejos, en una esquina húmeda y silenciosa. Murmullos. La patrulla municipal tomando datos. Otra vez todos estos rostros formando parte de una acuarela expresionista. Observo este momento y recuerdo una escena de la película “Antes de la lluvia”. Todo esto, antes de la llegada de los alfileres precipitados.

Llegan más datos al grupo. Alguien dice el nombre de la persona que supuestamente cometió la golpiza. Voy escuchando cada vez menos mientras me voy alejando y de pronto todas estas personas, incluyéndome, somos partes de las sombras que bordean a la señora tendida en el suelo. Ella recuerda otros momentos, otra vida cuando en el conventillo la madre cocinaba una cazuela y prendía el brasero. Cuando soñaba en alcanzar esa rama lejana del árbol y escuchaba el sonido de las goteras en su pieza compartida con los hermanos. Ahora estaba tendida en el suelo, rodeada de sombras.

Ante toda desesperación, ante todo cataclismo, no queda más que dejarse llevar, como se deja llevar alguien a quien le da la corriente en el enchufe. No hay salvación, no hay escapatoria. Luego vendrá esa calma que sucede después del espasmo, esa tensa y tibia calma que no es mezquina ni discrimina. Otras caminatas serán parte de un nuevo sendero. Otra vida podrá venir, luego de estas inclemencias.

Toco y busco lugares que comiencen una nueva tranquilidad. Huelo e intuyo donde puedo entrar hacia caricias momentáneas. Ojalá no duela más eso que siempre ha dolido, pienso. Ojalá que mañana los relámpagos no encandilen ese oscuro momento de las callejuelas. Las campanas de la iglesia suenan a lo lejos.
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No saben que forman parte del final de esta emoción.

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