Voy pasando por la esquina compleja, donde todos pelean el paso, donde automóvil y peatón se enfrentan en un decidor pleito de sobrevivencia humana. Así, en este lugar, veo el pasar de una señora con algo parecido a un coche, pareciera que lleva a alguien, pero en realidad se lleva a sí misma, necesita tener algo adelante de donde afirmarse. Necesita algún tipo de equilibrio, el mismo que yo ejecuto al caminar por la cuerda floja de esta esquina. Todo pasa muy velozmente, sin dejar respirar. ¿Cómo deshacerse de este continuo tránsito sinuoso y a la vez equilibrado, que palpita, que es voyeurismo simultáneo, que es precipicio y amor al viento desde estos edificios que no son nada? Claramente fue Philippe Petit el primero en establecer esta pregunta desde una forma paradigmática, con el tiempo detrás, con el ansia detrás, con el cálculo y la espera, la concentración y la claridad de quien debe someterse al delicado baile de los balcones. Porque, claro, existieron desde siempre en lo