PALOMAR


¿Quién es esta persona que mira el mar? Que piensa, que observa, que aclara, que involucra, que desea, que añora, que no añora nada ni nadie pero a la vez se contradice y perfora las nubes con su mirada profunda y silenciosa. Estoy en un espejo, dentro de un espejo. Ahora fuera y nadie viene a pedir una cerveza por Italo Calvino.

Palomar avanza, y me involucra en sus pensamientos, en sus más íntimos y recónditos deseos erróneos porque esta vez todo lo que se planifica no sale, socio, no sale, no va a suceder, entonces no plantearemos nada, solo veremos a Palomar ver el seno desnudo de una mujer recostada en la arena. Palomar vive en la ciudad, también, no creamos que solo vive de extrañezas y está toda esta gente en el metro y todos los codos afilados como el cuchillo del suicida terminal. De pronto, nada es traición, nada es locura, nada es aflicción. Palomar es como uno, como el amigo que te ayuda y te va a buscar en auto cuando comienza a llover. Como un rock bien vacilado en mi cuarto, que también podría ser un palomar, porque como de esas migajas nocturnas que se parecen tanto a esa plaza Brasil, esa plaza en donde conocí los pastos señeros de la costumbre. Vivo y tropiezo, Palomar, vivo y tropiezo y me levanto sacudiendo los codos rotos de mi chaqueta, por el filo, tu sabes, como el cuchillo de la señora de Donde Robin.

Palomar quizás conozca a los sonámbulos como yo, y quizás logra percatarse de la importancia del sueño y de cómo perjudica esta atracción por las sombras del trasnoche. Vengo caminando y luego pienso qué diría Palomar acerca de todas estas personas del barrio, no puedo, no puedo dejar de ser citadino, un hombre de la polis que se enfrenta a una mirada afilada, tú sabes, como el zarpazo del viento húmedo de madrugada.

Llueve, llueve de nuevo, y entiendo el idioma de la lluvia, ese braile liquido y cristalino que me viene a decir que voy veloz en la carretera, mirando desde el bus esas personas que están sentadas a las afueras de sus hospederías y que piensan que algún día vendrá esa oportunidad de salir adelante con la familia, que todo esto ya no sirve, que hay que largarse de alguna vez como esas personas que se ven dentro de los buses cuando pasan veloces por la carretera. Palomar sabe de esto, y toca este momento, logra tocar la intersección de una mirada entre el pasajero y el habitante, es como cuando abres la ventana de tu casa ¿hay algo bello en eso? No, para nada, como se te ocurre, lo hago todos los días que ni siquiera me doy cuenta, ni siquiera me doy cuenta de ese perfume, de ese abrazo, de esa tibia sospecha, pues como me voy a dar cuenta, si es tan común, es tan obvio, pero no, Palomar sabe que en lo obvio está lo sublime, es tan obvio que huelas a arándano, es tan obvio que desees que te abrace y que te pregunte si te gusta, si te gusta que te abrace mientras los chicos allá en la esquina pegan carteles.

Palomar no se despeina con el fragor de la lucha diaria. Yo recorro esa sabiduría como un carrousell, mi vida, un carrousell del parque de diversiones del azar, una nueva forma de decirte que estoy contando las monedas para comprar un remolino de papel, un algodón de azúcar, una tarjetita en donde dice que estoy tocando la guitarra en el muelle Barón. La armónica, a las afueras del mercado.

Pues bien, Palomar sigue aquí pensando y sabe la diferencia entre un acordeón y un bandoneón, sabe cual es el perfume correcto, pero también sabe equivocarse, y ese, es su mejor estilo, es su estilo de hacer las cosas, no viste ropas finas, no viste a la moda, porque sólo esta aquí para observar lo obvio, lo común y corriente que aparece de la nada, como esa hormiga, como ese soplo en los ojos, como un torbellino genuino implicándose en la tortura del no equilibrio. Una gitana no sabrá jamás leer las manos de Palomar. Palomar sabe de eso y vive aquí, mirándose las manos, mirando las líneas divisorias de las manos, dentro de un espejo.

Comentarios

alein dijo…
encuentro esos atisbos, encuentro esas fisuras, ese deslizarse de la "otredad poética", por llamarla de algún modo rebuscado.

abrazos