SI ME NECESITAS, LLÁMAME


Creo que nunca había hablado de Raymond Carver. ¿Qué se puede decir? Sería como entrometerse en la mesa de una familia que toma la once, a media tarde en invierno. Esos silencios meticulosos y comunes de la normalidad. Entrar en una caminata a la orilla de la nada, que es pasto, que es pileta. Todas las cosas adornadas como en un cuadro de Edward Hopper, como un iluminarse en el trayecto del sendero. La ceguera se anula y se recupera la vista de ciertas amarras al espejo. Yo es otro que está aquí y está allá.

Como si estuviéramos filmando una película de Eric Rohmer: Escena 1; “R” está acercándose a un pasaje y camina por una bajada a la playa. “A” está jugando con un gato. Al mismo tiempo, el sonido de los pies bajando el suelo arenoso, interrumpe el momento de cariño felino. Y “A” y “R” se miran mientras el polvo se levanta tras los talones. Escena 2; “A” está tomando té en el sillón. “R” está en el a la orilla del mar, dibujando con una varilla en la arena, la silueta de un gato.

Así es como transcurren los libros de Carver con sus títulos inexactos. Nombres como de discusión, o conversación de medianoche. ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?. Si me necesitas, llámame. Entonces, si acudimos a las Cuatro Estaciones de Rohmer podríamos sentir esa frescura que similarmente rescatamos de los cuentos y poemas de Carver. ¿Y que está haciendo toda esta gente? Está imitando el teatro de la realidad misma.

Milan Kundera en su libro La lentitud, habla de esa especie en extinción que acude al ocio de la epicúrea idea de abandonarse y carecer en pos de la nada por que no hay apuro. Yo leo en este momento ese libro, como un manual, aprendiendo los pasos para volver al transcurso cotidiano anulando las necesidades y por ende su prontitud. Casi una visión franciscana del desamparo que no es tal. Y es en este momento en donde me imagino en una narración de Carver, mientras los perros ladran y juegan al pillarse, mientras las voces de anoche desaparecen y aparecen, mientras miro por la ventana para saber si llueve, mientras la posibilidad de arruinar todo es mas cercana que perfeccionar todo, cuando la fractura, cuando el talón, cuando la escalera, cuando los ojos y el delirio y el precipicio de la cama. Y la lentitud sólo es parte de un florero que se rompe.

Hago aseo. Si me necesitas, llámame, pienso. Los primeros rayos del día comienzan a acariciar la espalda del que barre. Todo es parte de algo que ya pasó, recogiendo las colillas de cigarros que son la serpentina de un cumpleaños invisible, que descaradamente no se anuncia al llegar. El tiempo va pasando y no pregona su voracidad. Solo aparece en pequeños mensajes del día, cuando se caen los libros apilados, o cuando en la noche aparece esa mano que te toca el hombro, esa mano de algodón de azúcar que es sólo un sueño. Cuando barro, pienso que quizás sea bueno ser parte de algo distinto, un nuevo estratagema de la casualidad, ingresar a un club de bochas, o de ajedrecistas, ingresar a un club de abstemios imperfectos, quizás ser parte de una fundación pro defensa de la pesca artesanal y las gaviotas llegarían acercándose, contándome un secreto, que escribo al llegar a casa, y que pierde conexión con todo, y lo boto a la basura y luego lo barro con esta escoba que distribuye pequeñas perlitas de polvo que ingresan a esta escena que habla del secreto de las gaviotas. No, no mejor no. No quizás mejor que no. Yo debería estar hablando de Raymond Carver, de un libro que se llama Todos nosotros.

Aparto la vista de un poema de ese libro. Pienso en que hacer con ese nervio inquieto que tengo dentro del pecho. Pienso que debo lavar la ropa. Caerse de la escalera sería una excelente peripecia de amor al arte cuando has estado cerca de silbar tu canción favorita. Despertar mirando el techo, mientras el teléfono suena. Y no contesto.

Comentarios

Natalia Molina dijo…
oye que geniales las fotos de Sergio Larrain ,perfeccion...