SE ACERCA UN TEMBLOR

Estoy leyendo tranquilamente un libro, cuando comienza a temblar levemente, pero de forma duradera, creando esa tensa calma en donde no sabemos qué vendrá ahora. Toda la desesperanza del mundo, ninguna fe perdurable. Esperamos mirando un punto fijo la performance del terremoto o el final de una leve interrupción en nuestros objetivos momentáneos.

Y se detiene. Ya no está temblando y todo sigue su curso como una imprenta a mediodía. Pero queda la duda de los diarios temblores incisivos, “el enjambre” como suele referirse la experta de sismos de nuestro país. Será que algo se avecina y es esa inminencia insegura la que nos hace mirar de reojo cualquier movimiento extraño, en la cama, en el velador. El movimiento sin consentimiento propio que nos persigue desde niños.

Me queda la duda de tanta advertencia, de todas estas etapas que pueden ser una escalera hacia el vacío. Algo se viene, y es esta incertidumbre la que me queda rondando desde hace días. Toda la vorágine de fin de año, que condiciona la paz y la tranquilidad después de las fiestas. Luego, es la calma, esa que ya creo poseer después de saltar las vallas molestas del cotidiano cotejo. Y creo que ya todo ha pasado, que nada vendrá a mover el piso ni a juguetear con nuestro equilibrio, hasta el día de hoy, que tropiezo en el parque y me voy directo al suelo.

Una torcedura injusta de tobillo me deja inhabilitado por unos segundos, pudo haber sido peor. Pudo haber sido un porrazo y fue sólo un tropiezo. Pero un tropiezo desequilibrador, sin duda, que me vino a mostrar nuevamente la advertencia. Me sentía equilibrado, sin peligro alguno, cuando de pronto todo tembló, sin aviso ni respeto. Y quedé dañado levemente como un adorno que se triza, luego una nueva calma, no la tensa calma, la calma verdadera.
Supe que ese ya no era un aviso, ese era mi temblor personal, el que se avecinaba y me mostraba sus fauces. Ese temblor que me venía a decir: “ey, relájate, siempre tropezamos, siempre estamos dentro del temblor”. Supe que en el momento más simple, en que uno silba una canción adoptada en la panadería, en donde todo lo que miramos no tiene relieve ni es tridimensional, el momento pleno de la abstracción completa, siempre estamos acompañados de la torcedura. Es algo innegable que sucede así no más.

Habrá que cuidarse del tropiezo y la fractura, del terremoto social de las naciones, de los escombros, las astillas y las cosas que se nos vienen encima. Y relajarse, claro, cerrando los ojos mientras entra ese vientecito tibio por la ventana. Total, para qué preocuparse, si siempre estaremos expuestos a la conmoción, siempre tropezaremos, siempre estaremos dentro del temblor.

Comentarios

Hola: llegué a tu blog de pura coincidencia. Nosé si me recuerdas, yo soy quien te saluda en la biblioteca de Stgo. Quien te invito a una lectura de posía. Me gusaría, si es posible, que conoscas mi blog ( http://adevlup.blogspot.com ) y puedas enviar escritos para su publicación.

saludos Cordiales

Atte. Javier Sepúlveda.
Natalia Molina dijo…
Desde mi falla personal ..un saludo

me gusto lo que escribiste..la parte de la imprenta , notable

Saludos fraternos
N.M
Anónimo dijo…
Raúl,
me ha gustado mucho esto que escribiste. Me tinca que España (y los tropiezos) algo han hecho por ahí. Algo bueno, ojalá.
Y sí, me voy a repetir, tú escrito me hizo pensar en mi aprendizaje del 2007: todo DA lo mismo.
Compartir la lección del año es mi regalo navideño para tí.
Cariños,
Vivi.
Anónimo dijo…
no es necesario despertar a media tarde con el animo vibrante de un redoble de tambores en los pies.no es necesario un leve movimiento para creer que se aproxima un desastre aun peor,si,agradable paranohia la de este joven escritor, que se preocupa de sus escalones y contener en palabras su temor
Raul sentiste miedo?