PADECIENDO LAS COSAS DEL MUNDO

Estoy escribiendo nuevamente en mi barrio algo que tiene que ver con la lejanía, la cercanía de las cosas, los momentos y las personas. Y participo de eventos vinculados al patrimonio intangible de los barrios en permanente extinción, como los boliches que permanecen cerca de la neblina de los años. Vivo en un barrio del centro de Santiago, hacia el poniente, en donde confluyen el Barrio Brasil y el Barrio Yungay. También está el Barrio Concha y Toro y cerca, más allá, Matucana y la Quinta Normal. Podríamos nombrar a todo este sector como el Barrio Yungay, si queremos ser lacónicos, mas no precisos. Los cambios no se notan al traspasar ciertos límites ficticios de las calles, se vive de igual modo en todos los rincones de este sector de comienzos del siglo XX.

En este barrio, que es una provincia dentro del centro de Santiago de Chile, se vislumbran ciertos comportamientos de recuerdos, de nostalgias de otros tiempos, con lugares que podemos ver en fotografías color sepia. Y claro, con el peligro inminente de desaparecer.

Estoy entonces escribiendo en este barrio, un lugar de donde no me movería jamás. Y converso por correo electrónico con un amigo que vive en Europa y viaja por distintas latitudes que suelo imaginar en un mapa de educación básica. Estamos en dos frentes distintos: el que viaja, se mueve, se traslada para vivir, y el que transita, pero sólo dentro del radio que conlleva el sector de almacenes y saludos que podemos llamar “barrio”. Un habitante del mundo que no se mueve del mapa y otro que lo llena de alfileres cotidianos.

Ahora planifico un viaje “al exterior” hacia esas mismas tierras, y todos esos deseos aprendidos del viejo “On the road” de Jack Kerouac, vuelven a aparecer como nuestro rostro después de limpiar el espejo empañado. Todos hemos viajado, claro está. Lejos, cerca, pero todos en algún momento hemos visto la pila de árboles pasar rápidos desde la ventana de un bus o automóvil. Salir de un nido sin prisa y con maletas pesadas. Cerrar la puerta de un portazo.

Y es aquí cuando se piensa el lugar en donde estamos situados. Salir, disparado como un hombre bala, o quedarse y hacer como Lao Tse que escribió: “sin salir de mi casa, conozco el mundo”. Escribir dentro de un barrio, de una comuna, de una ciudad, de una región, de un país, de un continente, del planeta mismo, o “no ser” dentro de estas mismas denominaciones de subdivisión. ¿Desde dónde entonces (sin viajar o viajando, llegando o yéndose) se vive? ¿Estando, o no estando?

Son preguntas inconclusas y diversificadas, nunca muy listas en el sentido práctico de una decisión. Pero si se toma la bandera de una ciudad o cualquier sitio, es importante saber rescatar este vació del entorno, este lugar intrínseco en donde nos suceden las cosas. Abstraerse es sano, también se dirá, aunque este mismo entorno es el que nos permite sentir esa ausencia momentánea. Desde un computador, desde un cuarto de un edificio de un barrio de Santiago de Chile.

De este modo, viajar será siempre buscar un lugar en donde nos podamos sentar a pensar y sentir. Y extrañar quizás, el barrio ese en que nos perdimos por siempre, tratando de encontrar el callejón de los silbidos nocturnos, el grito a lo lejos con un nombre que no es tu nombre, el perro que te mira con el rostro ladeado. Viajar será sólo un peldaño de una escalera que sube y baja, mientras sigo a esta hora, citando un poema de e.e. cumming: “padeciendo las cosas del mundo”.

Comentarios

Anónimo dijo…
la dictadura de lo evidente ..esta todo tan claro , que puedo decir.. me gusta cuando escribes mas desde ti , no es que no disfrute tus cronicas pero resultan , a veces , un poco impersonales,
te mando un saludo,
Anónimo dijo…
oLih tío raúl :)
no te vayas!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Anónimo dijo…
qué bello lo que escribiste de ese barrio que es como una provincia en el centro de santiago... paso a saludarte y a expresarte mi admiración por tu poesía. Acá en la V región, también está lleno de barrios y de almacenes donde atiende, por ej., la señora Osvalda y tiene poquitas cosas... pero buen corazón.
Florencia