VOCES DE BARES, VOCES DE CAFÉ


Donde nos juntamos a taladrar la tarde con ladridos secos y pequeñas voces. En donde supimos que después de arrancar por las escaleras de las sombras que dicen conocerte, vendría un tibio invierno, con saludos al otro lado de la carretera. Es en la ciudad o en el puerto, el café o el bar. Las avenidas siempre son las mismas esquinas juntas al camino.

Los escritores: Carlos León, vivió su literatura en Valparaíso; Jorge Teillier, en su morada irreal. Este último hacendado en diversos bares santiaguinos ya con historias y lejos de las nuevas construcciones voraces. Nueva York 11, “La Unión Chica”. Acá podemos oler la existencia del comentario transpuesto por cañas placenteras dentro de fotografías que dicen que ese día era invierno, que había que andar con bufanda, con abrigos, con chaquetones. Ese día también helaba en el puerto, en el “Café Riquet”. A esa misma hora el escritor porteño de “Sueldo Vital” anotaba con su pluma la descripción exacta del personaje habitual de los pasajes, ese que no se ve desde los balcones. En esa misma tarde, el humo del café omnipresente y soberbio enviaba mensajes hacia el negro obtuso de la caña de vino.

Y si supiéramos a qué hora estaba la vuelta a casa, a qué hora estaban los martillos sonoros de la persistencia, escribiendo una “lectura”, ya no sólo una escritura, conoceríamos el lugar que abastece la pluma, insidiosa ante una servilleta, humedeciendo de rastros líricos solo distinguibles a la ética del garzón. Una forma de recordar y abastecer el cuerpo de la somnolencia con detalles claros del que sabe mirar, abstraer, conversar, callar. Es esta literatura de conversaciones, esta escritura clara de memoria y absoluto silencio, escrita en bares y cafés.

Entonces, de pronto estamos ante dos voces literarias que rescatan el barrio, la tradición y los ejes centrales de la memoria. Estamos ante una voz de bar, que simula gestos olvidados, evita el fiasco del delito, pero cumple con las costumbres del grupo de muchachos que no cesan de batir los dados; la voz del café: medida, austera, dedicada tibia, pero totalmente fuerte, a la labor estibadora del oficio narrativo. El hombre de la conversación, el hombre de las citas y los recuerdos.

No sabremos nunca de las visiones ásperas de la muerte: solo sabremos que en un bar llamado “Teillier”, o en un café llamado “Carlos León”, podríamos señalar con un dedo el transeúnte desprevenido que atraviesa corriendo las calles, el vendedor de periódicos que pregona catástrofes, el bandido indiscreto, envalentonado y cobarde ante el asedio de los victimarios, o en definitiva, el ciudadano común y corriente, como bien lo retratan estos autores que desde las vitrinas de las librerías han dejado descansar sus libros, esculpidos en estos mesones.

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