TORPEZA Y DESESPERACIÓN (Noviembre, 2005)

Esta desesperanza atolondrada, indisciplinada, pasiva, activa y luego pasiva nuevamente. También es torpeza de no mirar los carteles, las señaléticas, las prohibiciones, las indicaciones, los comentarios y las miradas de piedad. Es una desesperación oblicua y zigzagueante, que marea y capta una voz atolondrada. Una expresión de la ciudad más que“samsiana”, algo mucho más bizarro que un escarabajo torpe.
Y así, con esta desesperación casi evaluada por Soren Kierkegaard, puedo arrancar gritando de una obra de teatro, corriendo por las escaleras, sudando, moviendo el párpado del ojo izquierdo, sin quererlo. Y la muerte no teniendo dominio.
Pero no es la ciudad, ni las personas, ni el comercio ambulante, ni los gritos, ni las persianas, ni los uniformes escolares, ni la televisión, ni la farándula, ni los periódicos ni las ventanas humeantes, ni los rincones escabrosos, ni las cajas de zapatos, ni los virus computacionales, ni las llaves atrofiadas, ni los autos, ni los asaltos, ni los atropellos.
Es un tormento de primavera calurosa, de calor exasperante que envuelve los cuerpos sudorosos de tanto golpear las narices del entusiasmo. Hay algo de talento circunstancial para caer de bruces hacia el pasto. Hay algo de premura ante los ojos de los gatos. Hay prisión de errores, conjeturas periféricas, millones de dudas como challa. Hay manzanas semi mordidas y azúcar derramada.
Ante todo este oficio de la perdición, existe una duda visitada, colmada de inmediateces, de tazas de té, de canciones olvidadas, de remembranzas y mañanas grises. Una torpe desesperación equívoca que llega sin pedir limosna, una sensación de terremoto mudo que embarra el techo de la calma y un ser pequeño que me mira, abatido, desde la palma de la mano.
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