COMO UN PUÑAL NO SIRVE DE NADA PARA MATAR PENSAMIENTOS
Voy caminando a comprar provisiones y en la esquina veo a una señora maltrecha, tomando su nariz con la mano, balbuceando: “me duele, me duele” y a unos chicos socorrerla. Pensé claramente en que había sido golpeada, quién sabe por quién. El exceso de descuido, de trashumancia, de desvelo inoportuno, ha sido clavado por estas personas de la calle. En situación de calle, le dicen. Un eufemismo, como cuando le llaman a los baches del pavimento: “evento”. Un evento desastroso, una situación de calle malformada. La vida sucediendo en edificios incendiados, tiznados de tanto permanecer en las aceras, en el polvo que se adhiere a la piel. Los ojos humedecidos, arrugas que son una cubierta de otras pieles que guardan historias del trasnoche y el padecer. Del dolor y de la risa con disfonía de aguardiente. Es en estos estados inconexos, cuando se desborda un río en mi cabeza y nace la búsqueda de las cosas perdidas. Pensamientos oscuros, como la mano de un mecánico, dignos de sólo ennegrecer.